El perfume del papá

Publicado por Marina Parisi, mayo del 2021

Apenas se abrió la puerta del avión, una fragancia húmeda, sudorosa y caliente me golpeó como una bofetada … era el perfume de mi padre.

La temperatura y la implacable humedad eran insoportables al comienzo, pero gracias al aire acondicionado volví a respirar con normalidad.

El papá nos recibió a mí y a mis hermanos ansioso y dichoso, como nunca antes lo había visto. A la espera del taxi, el resplandor del sol encandilaba y quemaba la piel. Las nubes, a baja altura, cobraban nuevas formas al compás del vaporoso viento.

El camino a su departamento era rabiosamente verde. Las calles estaban surcadas de palmeras. En las veredas la gente caminaba en traje de baño, algunos iban descalzos. Todo el mundo sonreía.

Mientras el taxi avanzaba, yo no dejaba de observar a mi papá. Cuando años atrás él viajaba a Chile para vernos, llegaba muy serio, atribulado, como si fuera a jugar la partida de ajedrez de su vida y supiera que lo iba a perder todo.

“Dígale a su papa que lo ama”, me decía entonces. ¿Cómo le iba a decir algo así a un extraño? Lo quedaba mirando y él me devolvía su expresión ansiosa de amor. Sus intensas cejas y sus ojos negros lloraban por dentro, al tiempo que su perfume me envolvía lastimosamente.

Recuerdo un año que temblaba más que de costumbre cuando vino. Su pelo crespo lucía más canoso y su aspecto era de cansancio. Mientras estábamos juntos jugábamos a las damas. También nos traía pasteles. No obstante, el silencio en el living se notaba. El consuelo del papá eran los cigarrillos y el café por tazas.

Decidió volver mucho antes de lo planificado. Mi mamá explicó, “su padre no aguantó el frio invierno aquí en Chile”. Pero la verdadera razón fue otra.

Ahora que tenía a mi padre a mi lado, experimentaba amor y a la vez tristeza por él. Siempre fue guapo, pero ahora estaba muy delgado. Le faltaba casi toda su cabellera y varias piezas dentales. Aparentaba más de 80 años y solo tenía 61.

Pero ya nada de eso importaba. Por fin estábamos con él dejando que la vida nos uniera.

Como era época de Carnaval, salíamos cada noche con los primos y volvíamos en la madrugada. Mi padre no se preocupaba, sabía que todo andaba bien.

Tipo once o doce del día yo era la primera en despertar. “¿Qué quiere desayunar mi adorada hija?”. Yo respondía que tenía mucha sed, luego me sentaba a la mesa. El papá observaba con ternura cómo bebía todo el jarro con jugo de mango. “Tengo sueño papá, quiero seguir durmiendo”. “Vaya hijita, descanse”.

Luego, despertaba mi hermana y al final mi hermano. Con cada uno el papá repetía el mismo ritual.

En las tardes a veces íbamos juntos a la playa. “¡Vean estos son mis hijos Marinita, Carolita y Toñito!”, gritaba, mientras nos presentaba. Me invadía una mezcla de vergüenza y dulzura. Era como un niño.

Los días de Carnaval llegaron a su fin y empecé a levantarme más temprano, a fin de salir a comprar el diario. Mi papá sonreía cuando hacía esta diligencia. Le gustaba que quisiera aprender rápido portugués.

Faltaban pocos días para marcharnos. Una tarde se presentaron unas primas y propusieron ir a un “barcinho”. Fue inolvidable: en el lugar habían músicos que conocían canciones en español, así que cantamos hasta tarde. Los ojos del papá brillaban, como si su espíritu quisiera salir a volar de tanta felicidad.

Así, llegó el último día. El calor y la humedad fustigaban como nunca. Ni yo ni mis hermanos queríamos abordar el avión. Llorábamos desconsolados. Abracé al papá para despedirme sin parar de llorar. Visiblemente contenido, me dijo: “mi adorada hija, por favor no llore”.

Nos dirigimos a la puerta de embarque, observé una vez más a mi padre. Alzamos los brazos desde ahí para despedirnos. El papá inclinó la cabeza hacia adelante, miró derrotado el piso y dio media vuelta lentamente. Esa fue la última vez que lo vi.

Desde entonces lo he seguido amando y le hablo de vez en cuando. Sé que está bien. Lo he visto en sueños entusiasmado. Hoy anhelo con todo mi corazón reencontrarme con él, para abrazarlo y decirle cuánto lo he extrañado.

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